Se habla de misericordia como contrario a castigar. Vamos a ver el error de ello, entre otras cosas porque castigar puede ser bueno (cuando se hace de forma educadora, no como destrucción del condenado. Dios siempre nos castiga de forma instructiva).
En los diccionarios hasta el siglo XX era sinónimo de compasión por la que nos compadecemos de las dificultades de los demás, que no tiene nada que ver con tolerancia, con la que perdonamos los pecados ajenos.
Sólo a partir de los diccionarios del siglo XX tiene además la acepción de perdón, acepción cuya definición es un cúmulo de falsedades y blasfemias que luego detallamos.
Consideremos antes el uso de la palabra misericordia con su sentido original, exclusivamente como sinónimo de compasión, o compadecerse. ¿Cómo queda entonces la imagen de un Dios misericordioso? Como un Dios con un amor tan grande por nosotros que le lleva a "rebajarse hasta nuestro nivel", compartiendo con nosotros nuestros padecimientos, tratándonos así como a alguien como Él, igual que nosotros compadecemos a nuestros hermanos que tienen algún pesar. Esa es la imagen correcta, que queda defigurada con lo que explicamos a continuación.
Dice la nueva acepción:
"Atributo de Dios, en cuya virtud, sin sentir tristeza o compasión por los pecados y miserias de sus criaturas, los perdona y remedia."
Que es un atributo de Dios, por lo que o sería incorrecto mucho uso que se hace de ella actualmente refiriéndose a actos humanos, o es incorrecto incluir este aspecto si la RAE pretende recoger el uso actual.
por el cual Dios perdona los pecados de sus criaturas (será de los hombres, porque las piedras también son criaturas suyas y no pueden pecar).
el hombre tiene muchas miserias pero que no se pueden perdonar porque no son pecado.
remedia: falso. Dios nos perdona nuestros pecados (emborracharnos), pero no nos quita la resaca.
Lo más grave es que es una blasfemia, porque produce una imagen monstruosa de Dios: un ser que perdona sin sentir compasión por el perdonado.
Al añadir la acepción de "perdón" a la palabra misericordia, hace que el peso de la atención del lector u oyente quede más atrapado por el perdón que por la compasión, o al menos divide la atención entre los dos sentidos. Por ello es blasfemo, porque así está restando a Dios parte de su compasión. La definición pasa algo del centro de la acción de Dios a nosotros (los perdonados).
Con la acepción original, única, de compasión, el lector u oyente se da más cuenta de la grandeza de un Dios que por amor nuestro se rebaja a sentir como nosotros nuestros dolores, pues eso es la compasión o compadecerse: compartir lo que le pasa al otro, compartir sus padecimientos.
Además, perdonar no es bueno en sí, por ello podemos perdonar mal (por debilidad u otros motivos injustos cuando deberíamos castigar), por lo que atribuir a Dios el atributo de "perdonador" (que siempre perdona), a Dios que posee sus atributos en grado infinito porque todos son buenos (omnipotencia, amor, misericordia, omnisciencia,...) es una blasfemia.
Y por ello, hablar de la "divina misericordia" (como acepción moderna de perdonar) es otra blasfemia, porque no puede ser divina alguna cosa que no es buena en sí. Un ejemplo: comer no es bueno en sí, sino que es bueno según las circunstancias, por eso Dios no es "divino comedor", ni "comer" es uno de los atributos de Dios.
Una cosa es la misericordia (tener compasión, compadecerse, compadecer a otro -p.ej. dando el pésame transmitimos nuestro compadecimiento al deudo-, conmiseración) y otra el perdón (al deudo no tenemos que perdonarle nada).
Los padres, por su edad, comprenden perfectamente bien a sus hijos, y precisamente por ello les castigan, con la esperanza de que se enmienden. Pero aunque siempre les comprendan, no siempre les castigan, si en un momento dado creen más conveniente tolerar la falta que castigarla.
La Virgen en la gran estatua en la fachada de Valle de los Caídos está mostrando compasión con su hijo, pero evidentemente no le está perdonando nada.
Es decir, la compasión puede llevar al perdón o no. Y se puede perdonar sin compadecerse en absoluto con el culpable, como cuando toleramos algo.
Toda la Biblia está llena de referencias a la misericordia de Dios. Con el nuevo sentido la Biblia hace de Dios un "perdonador" infinito, que lleva a que la gente peque sin pensar en las consecuencias.
El ejemplo quizá con las consecuencias más importantes es la frase del anti-papa Roncalli (Juan 23), en el discurso inaugural del falso Concilio Vaticano II donde dijo "En nuestro tiempo ... la Esposa de Cristo (la Iglesia) prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos".
La última frase es manipuladora porque contrapone el castigo con la educación, cuando todo castido debe ser educador (luego hablamos más sobre este tema).
La penúltima frase también es manipuladora porque contrapone dos cosas (misericordia / severidad) que en su sentido auténtico, original, no tienen nada que ver, fomentando, con la contraposición, la nueva acepción de la palabra "misericordia", ajena y contraria a la original.
La contraposición que alguna gente escribe sobre estos atributos divinos no es tal si nos atenemos al sentido original, correcto de la palabra misericordia. Es una falsa contraposición para generar confusión, desorientar a la gente. Si se cree en esa contraposición (porque se cree la falsa acepción moderna de la palabra misericordia como perdón) entonces se está dando a la palabra justicia un sentido de rigorismo, de intolerancia, lo cual es otra blasfemia.
El castigo debe ser educativo, y por ello, todos los castigos de Dios son educativos, ayudan al pecador a arrepentirse y corregirse (mientras puede, en la vida terrena).
Ejemplo de ello fue el castigo a nuestros primeros padres (Adán y Eva) al expulsarles del Paraíso por su pecado: tener que trabajar para subsistir, la muerte,...
¿Cómo es educativo ese castigo? Porque la condición caída de Adán y Eva necesita un acicate para levantarse. Si después de haber pecado pudieran seguir con una vida sin dificultades y no morir nunca, nada les empujaría al remordimiento, a volver a unirse con Dios. Serían seres monstruosos, parecidos al Demonio: eternos y pecadores.
Es decir, los castigos que tenemos consecuencia del pecado original son un ejercicio del amor de nuestro Padre, y los necesitamos como el agua para beber. Y por eso debemos hacer como S. Franciso y agradecer la existencia de nuestra hermana la muerte, y yo diría también del resto de castigos. Por ello, por ejemplo, el trabajo santifica, y pensar en la muerte, que todos llevamos al pecho en el crucifijo, es lo que recomiendan todos los santos. En el crucifijo Cristo está muerto o moribundo, y ese decía S. Francisco en el lecho de muerte, que fue su mejor libro.
Parece que dicen que un rechazo excesivo a la muerte es síntoma de reprobación, probablemente porque sólo teme mucho la muerte quien vive mal y no cree en lo que confiesa en el Credo ("expecto ... vitam venturi saeculi").
Y por eso la Biblia nos habla de lo contrario: de lo difícil que los ricos tienen el entrar en el cielo, porque no tienen ninguna ayuda que les recuerde a Dios.
Una de las obras de misericordia espirituales es "enseñar al que no sabe". Dado que los castigos deben ser educativos, castigar es una obra de misericordia (y presentar, como hacía el anti-papa Juan XXIII misericordia y castigo como contrarios, un intento de manipulación, una falsedad). "El sabio aprende de los errores de los demás (y ve que es castigado por ellos) y el necio no aprende ni de los suyos (y los repite)". La pena del castigo nos ayuda a reflexionar sobre lo que hicimos mal (aunque si somos ricos podemos permitirnos el lujo de ser castigados muchas veces y no corregirnos, de ahí otra dificultad para los ricos). Los castigos nos llegarán mientras no aprendamos.
Hemos dicho que todo castigo debe ser educativo, y hay excepciones en que es mejor tolerar. Los premios es al revés, es mejor evitarlos (salvo excepciones), por lo siguiente:
Premio es sinónimo de remuneración, de pago. Así, el atleta que recibe una medalla en una competición es pagado por su esfuerzo. Es decir, que el atleta dedica su esfuerzo por una medalla o ser declarado "el mejor entre los competidores". En este sentido, cada uno es libre de dedicarse a lo que entienda que es la voluntad de Dios, aunque no parece que esa pueda ser nunca la voluntad de Dios.
También se usa el premio para incitar a los débiles a la virtud, para los que son incapaces de ver que las virtudes ya producen recompensas, "pagos", "beneficios". El riesgo es "enviciar" al débil: que se acomode en su situación y empiece a regatear, a negociar el premio.
Si el premio es inesperado (como el caso del "héroe del monopatín, que en Londres frustró en parte un atentado) entonces realmente son reconocimientos, no premios.
En la Salve se usa el sentido original, antiguo, auténtico de la palabra misericordia cuando decimos "illos tuos misericordes oculos ad nos converte" (pidiéndole que nos mire con ojos compasivos). Lógicamente sería erróneo aplicar la nueva, falsa acepción de la palabra, pues nuestra santísima madre no tiene poder directo de perdonar.
Al final de las Letanías Lauretanas se dice: "Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi. Parce nobis, Dómine. Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi. Exáudi nos, Dómine. Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi. Miserére nobis." Dado que "parce" que significa "perdonar", sería redundante volvérselo a pedír en la última frase.
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