Los creyentes formamos parte del cuerpo místico (invisible) de Jesucristo. Esto no es una metáfora, una forma de explicar las cosas, es estrictamente la descripción de la realidad.
Por ser miembros (o como una célula) de ese cuerpo percibimos el resto del cuerpo como algo externo a nosotros (siendo los otros miembros del cuerpo los otros creyentes vivos más los que viven en el Purgatorio más los que ya viven en el cielo: Iglesia militante, purgante y triunfante *). Pero la comunicación con la "cabeza" del cuerpo, con quien lo dirige (Jesucristo, Dios) es a través de algo que de alguna manera percibimos como interior: el corazón.
Decimos "cabeza" significando "quien lo dirige", no porque nosotros no podamos ser una célula de la cabeza o Jesucristo se limite a "estar" en la cabeza, exactamente igual que nuestro alma no está en la cabeza ni corazón (en este sentido creo que la Iglesia enseña que Cristo es como el alma de su cuerpo místico).
Dado que somos parte del cuerpo místico de Cristo, todo lo que hagamos exclusivamente por nuestra iniciativa es pecado, error.
Querer ejercer nuestra voluntad (para actos buenos) es como si una célula de nuestra nariz quisiera hacer su voluntad para el bien del cuerpo. Eso somos: una célula del cuerpo místico de Cristo.
Todo lo que hagamos que no sea lo que nos mande el Jesucristo que tenemos en nuestro interior, pues es pecado. (Realmente tenemos la Santísima Trinidad. Tenemos o percibimos en nuestro interior).
Discernir la "voz" de Jesucristo de la del enjambre de demonios personales que nos acompañan es lo que se llama el "discernimiento de espíritus".
Es decir, debemos actuar continuamente imaginándonos como títeres manejados por Dios.
Creo que S. Ignacio usa otra metáfora y dice que seamos como cadáveres que no se quejan les pongan donde les pongan y en la posición que sea.
Aunque parezca difícil de creer en ello consiste nuestra felicidad, igual que la de cualquier célula de nuestro cuerpo consiste en obedecer al "mando central", o cuando había sociedades regidas por Dios, en obedecer al rey, o cualquier soldado a su general.
Evidentemente, nuestro demonio orgullo nos va a intentar convencer de que esto no es así.
Hay otro motivo adicional por el que todo lo que hagamos exclusivamente por nuestra voluntad es pecado: porque nuestra voluntad naturalmente tiende al pecado, como reato, consecuencia, daño que produjo en nuestra alma el pecado original.
Discernir si algo lo hacemos exclusivamente por nuestra voluntad natural o escuchando más o menos parcialmente la voluntad de Dios es lo dicho antes sobre el discernimiento de espíritus.
Creer que nuestras buenas obras son el resultado de la suma de la voluntad de Dios (expresada en la gracia) y nuestra voluntad (propia, independiente) es semi-pelagianismo, porque nuestra voluntad (en hacer algo bueno) realmente está causada también por la gracia de Dios. Digamos que, si queremos actuar impecablemente, debemos mantenernos todo nosotros "dentro" del cuerpo místico de Cristo, y todo lo que fuera voluntad propia nuestra siempre es como si sacáramos una parte de nosotros "fuera" de ese cuerpo místico, y por tanto es fuente de pecado.
Pelagianismo es creer que podemos hacer un acto bueno sólo por nuestra voluntad, sin la gracia de Dios.
Si son nuestras las ideas, no son buenas, porque con ideas nuestras sólo podemos hacer actos malos. Y si no son nuestras, entonces es ridículo que nos orgullezcamos de ellas.
Jesucristo nunca tuvo una iniciativa propia. Siempre hizo sólo sólo la voluntad del Padre (según parece repite el evangelio de S. Juan). Igualmente debemos hacer nosotros.
Podemos hasta casi sentir el placer de estar "todo nosotros" dentro del cuerpo místico e imaginar la monstruosidad de estar a medias, con parte nuestra "fuera" de él.
Por todos lados tenemos crucifijos y vemos cruces. Todo ello (cómo no) está muy bien porque, como decía S. Francisco de Asís, el crucifijo es el "libro" donde más había aprendido.
Pero, igual que cuando vamos en bicicleta no vamos mirando la rueda de delante sino más allá, hemos de mirar al "más allá", que es donde está su resurrección y la nuestra en el cielo (con la gracia de Dios). Mirar la cruz es utilísimo, pero lo más esencial es la vida eterna (que empezamos en nuestra concepción).
Ciertamente la muerte de Jesucristo es un hecho "espectacular", dramático (trágico), y por muchos sitios hay representaciones de la misma en Semana Santa (que se llaman así: "la Pasión"), pero no hemos de olvidar la continuación. Por la cruz (la muerte) pasamos todos y es la misma para todos (un instante), pero la continuación no es la misma para todos.
Parte de esta Iglesia (militante, purgante, triunfante) es la jerarquía eclesiástica en el cielo o purgante en el Purgatorio. Ahora no hay jerarquía eclesiástica en vida (militante). La Iglesia como organización la fundó Jesucristo y acabó con la muerte de Pío X probablemente.
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