La palabra "sufrir" actualmente tiene un sentido de dolor (interno, del alma). Esto es una falsificación reciente de su sentido, que es el de "soportar". Hasta el diccionario de 1992 de la RAE no tuvo ese sentido de dolor. En todos los siglos pasados tenía el sentido de "soportar", y así hemos de leer los textos antiguos si queremos entender su verdadero significado. Podemos soportar con dolor o con resignación: nos puede doler que esté lloviendo o podemos llevarlo con paciencia o con alegría.
Aquí hemos evitado en lo posible usar la palabra "sufrir"/"sufrimiento" por lo dicho.
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Hay dos maneras muy diferentes de soportar lo que nos pasa: sabiendo para qué o sin saberlo.
Los casos más extremos pueden ser:
Cuando una madre siente el dolor físico de tener que velar a su hijo enfermo toda la noche.
El que pasa todo el día rabiando, obsesionado por un dolor.
El primer extremo corresponde al que lo lleva sin ningún problema porque sabe que el dolor es consecuencia directa de algo que está haciendo por benevolencia.
Es decir, si tenemos claro nuestro deber, todas las dificultades (dolores, penas, cruces) que nos llegan por intentar cumplirlo, nos duelen pero no nos importan.
Por ejemplo, si vamos a llevar un ramo de flores a nuestra abuelita el día de su santo y, antes de llegar, tenemos mil problemas: hay aglomeración de tráfico, se nos pincha una rueda del auto, llueve y nos mojamos, nos manchamos de barro los zapatos,... todo eso no nos importa nada porque estamos con el corazón lleno de nuestras flores para nuestra abuela. No cabe el dolor.
Si somos creyentes, nuestra vida es 100% para hacer la voluntad de Dios. Todas las dificultades que nos lleguen y superemos para cumplir con Su voluntad, serán hechos que nuestro ángel de la guarda leerá de nuestro “libro de la vida” delante del juez supremo el día de nuestro juicio. Hechos que nos merecerán un poquito más de gloria en el cielo ¡eternamente!.
Darnos cuenta que a menudo, las satisfacciones, alegrías, éxitos, nos sirven para alejarnos, olvidarnos de Dios; y las dificultades, para acercarnos, acordarnos de Él.
Y viceversa, si vamos quejándonos de cualquier dificultad, si vamos sin alegría, maldiciendo nuestra suerte de tener que ir a hacer un trabajo, pues evidentemente son muestras de lo contrario, de que no lo queremos. (Quejarse voluntariamente es pecado).
Jesucristo murió en la cruz con la alegría interior de hacer la voluntad del Padre.
Los que no son creyentes, o creyentes que no conocen casi nada de la doctrina, pues al no saber para qué viven no tienen con qué “sublimar” todos las dificultades.
Lo que los psicólogos llaman “sublimar” (refiriéndose a cómo llevar las dificultades), es eso: mirarlas desde donde las mira el que tiene un objetivo en la vida.
Los hay que viven entregada su vida al 100% por algo: su familia, sus hijos, su prestigio, “el bien de la Humanidad”, “la Madre Tierra”,... éstos sobrellevan bien las cruces que les acontecen intentando servir a esos ídolos. Son ídolos porque todos son criaturas, materiales o inmateriales, pero sólo eso. Quizá éstos sólo sobrellevan bien las cruces que ven directamente relacionados con sus objetivos pero no las que no ven relación, y así, llevan bien tener que trabajar para llevar el pan a su familia pero no llevan bien las enfermedades que reciben.
Es triste, pero toda dificultad de no creyente es ocasión “perdida”, desperdiciada, inútil. Y, en cambio, toda cruz llevada por amor a Dios, como consecuencia de lo que hacemos por servir a Dios directamente, o indirectamente (sólo por mantenernos con vida para seguir sirviendo a Dios), todo eso nos ganará más gloria en el cielo. Por eso los santos suplican a Dios que les envíe más ocasiones para poder pasar dificultades por Él.
“Todo sucede para bien de los que aman a Dios” (Rom, 8, 28).
"¡Qué es esto, Jesús mío; Tú estás en la Cruz y yo no lo estoy!" S. Francisco de Asís.
"O sufrir (pasar por dificultades por amor a Dios) o morir" (prefiero la muerte a vivir sin pasar dificultades por amor a Dios) Sta. Teresa de Ávila.
Nosotros nunca "rabiamos como condenados", pues los condenados padecen los dolores del infierno de forma totalmente inútil y sin esperanza, para nosotros, los dolores son bendiciones si los sabemos aprovechar.
(Ante cualquier contratiempo) siempre paciencia y mejor alegría. (3.57.2 "Sufre a lo menos con paciencia, si no puedes con alegría" Kempis, llevásteis con alegría la rapiña de vuestros bienes”, Heb.X 34-35. “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense.” Flp 4,4)
Si estamos encerrados en, obsesionados, poseídos por nuestro dolor:
estaremos cerrados a las buenas inspiraciones
“el que con disgusto y repugnancia lleva estos trabajos y miserias, se priva de todo fruto de satisfacción”. (Catecismo de Trento) (satisfacción, expiación, pago de la deuda que tenemos con Dios por los pecados cometidos y perdonados. Más información aquí)
Si nos desagrada lo que Dios nos envía (pues todo nos lo envía Dios para nuestro bien) perdemos mucho:
dejamos de pagar por las penas temporales que debemos, que pagaremos más tarde aquí o en el Purgatorio
tendremos menos gloria en el cielo (si nos salvamos)
Pérdida grande, pues grande es nuestro pecado al decir cada día en el Padrenuestro: “hágase tu voluntad”, y cuando se hace -siempre-, la rechazamos, no nos gusta.
No es con nuestras fuerzas que vamos a conseguir llevar con gusto y alegría las penas de la vida, como dice el Kempis:
2.12.9 No es según la condición humana llevar la cruz, amar la cruz, castigar el cuerpo, ponerle en servidumbre; huir las honras, sufrir (soportar) de grado las injurias, despreciarse a sí mismo, y desear ser despreciado; sufrir (soportar) toda cosa adversa y dañosa, y no desear cosa de prosperidad en este mundo. Si miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas: mas si confías en Dios, Él te enviará fortaleza del cielo, y hará que te estén sujetos el mundo y la carne. (Como se ve en el cuadro de El Greco, Jesucristo mira al Padre mientras lleva la cruz. Es el cuarto don del Espíritu Santo, el don de fortaleza).
Todo esto no está en nuestras fuerzas hacerlo, sólo si Dios nos da la gracia (y Él no la niega a quien se la pide con humildad, sobre todo por intercesión de la Virgen).
Llevar la pena de buen grado no quiere decir que no hagamos nada:
si se nos cae el perro a un pozo no es cuestión de decir “qué bien” y por pereza no hacer nada, sino decir “qué bien” y salir corriendo a sacarlo.
Si tenemos que pelear, peleamos, pero sin odiar a nadie.
En aspectos de salud, no quiere decir que no busquemos curarnos, pero hacerlo con calma, sin agobio, sin aceptar “tratamientos experimentales”, ni muy agresivos, caros. (Todos los afanes excesivos, prisas, obsesiones, ansiedades vienen de nuestro orgullo, son pecado).
así pues nunca usar el mal (pereza, odiar a alguien, excesos,...) para alcanzar el bien (Rom 3,8; 12,21).
Ver bien, aprender cómo es el mundo para saber diferenciar cuando nos viene a visitar un rey cargado de presentes y regalos y cuándo es una banda de forajidos.
Por ejemplo: en el tema de la salud corporal, los descubrimientos de Hamer no sólo nos explican por qué nos ocurren ciertas enfermedades, sino que además, a menudo, nos hace ver que los síntomas que nos aterraban son síntomas de curación, de que nuestro cuerpo está funcionando bien, beneficiosamente (y son motivos, por tanto, de alegría: “¡Qué bien, ya tengo sudores nocturnos!”).
Discernir, en nuestro examen de conciencia diario, si las penas que recibimos son verdaderamente “penas de la vida” o son dolor mental de nuestro orgullo herido, del tipo “Pepito me ha dicho tonto” o "qué bueno que soy que me duele tanto". ¿Son “penas de la vida” o es nuestro odio a fulanito que hace que nos moleste tantísimo la forma que tiene de aparcar su auto? (Ver Nota).
Si son verdaderamente “penas de la vida”, hemos de ver si nos llegó sin saber por qué (lo que se llaman "cruces", "¡Señor qué cruz me ha caído!") o como consecuencia de lo que hicimos (o dejamos de hacer. Hay dos opciones:
O son simples castigos por nuestros pecados: conducimos borrachos y nos multan.
O son cruces que Dios nos envía para darnos oportunidad de mejorar.
A veces no es fácil discernirlo y, además, sabiéndonos pecadores (como el santo Job lleno de úlceras sentado en el estercolero), no es fácil encontrar cuál fue nuestro pecado. En cualquier caso tenemos que abrazarlas con gratitud.
Las penas de la vida nos quitan energía, tiempo, salud, posibilidades,... y eso hace que tengamos que re-evaluar a qué dedicamos la energía / tiempo que nos queda. Ello nos ayuda a librarnos de frivolidades. Aunque la pena sea algo genérico, al padecerla cada uno se particulariza, nos sirve de medicina específica. Por ejemplo: con la inflación nos roban a todos, pero cada uno nos vemos obligados a prescindir de cosas diferentes, de recortar frivolidades diferentes (unos ir de viaje, otros de restaurante, otros de ropa,...)
Nuestro orgullo o pasiones, pueden cegarnos de dos maneras:
No viendo la relación entre lo que hicimos y las consecuencias de ahora. (Conduzco con exceso de velocidad y recibo la multa una semana más tarde, me voy a vivir al lado del mar y luego me molesta el ruido de las olas, me voy a vivir a una gran ciudad y luego me molesta el ruido de los autos).
Haciéndonos olvidar por completo nuestras penas, y así, excepto las más claras (estar con gripe), podemos olvidarnos de ellas en nuestros exámenes de conciencia. Por ello nos conviene tener alguien a quien contarle todas las dificultades que tenemos, pues igual estamos tan acostumbrados a ellas o las consideramos tan nimias que no somos conscientes de ellas. Y rezar para que Dios nos ayude a recordarlas.
Cuando somos pequeños y no tenemos uso de razón no sabemos relacionar las cosas. (No sabemos que si metemos los dedos en un enchufe nos dará calambre). Cuando crecemos vamos aprendiendo a relacionar cada vez más cosas (si aparco mal el auto tengo que pagar una multa).
Cuando crecemos más vamos dándonos cuenta de las consecuencias de nuestros actos no sólo en nosotros sino en los demás, no sólo las consecuencias inmediatas sino las consecuencias al cabo de años (plantamos hoy un árbol y al cabo de 7 años nos da fruta), y no sólo las consecuencias en nuestro entorno sino en todo el mundo (cuando compro en Amazon un libro que también venden en la librería de mi pueblo, estoy dando dinero a unos señores poderosos y desconocidos y quitándole el pan a Pepe el librero).
Cuando hacemos algo mal repetidamente, Dios nos habla cada vez más claramente (primero nos produce mala conciencia, luego consejos de familiares y amigos, luego multas, luego pequeño accidente, luego accidente mortal).
Y así, podemos ir descubriendo cómo “cruces” que “sin comerlo ni beberlo” nos llegan, no son “accidentes” caídos del cielo, sino que nosotros mismos produjimos que nos llegaran por nuestros actos voluntarios malos: si tengo un “accidente” con el auto es porque conduzco bebido.
Nuestro orgullo puede llegar a cegarnos totalmente de lo más evidente.
Para todo esto tenemos que estudiar, hacer buenos exámenes de conciencia, rezar pidiendo ayuda o pedir ayuda a alguien.
(Jesucristo enseñándonos el camino del cielo: "Quien quiera seguirme, tome su cruz,...")
En esta página hay citas de "el Kempis", "La imitación de Cristo" que hablan del sufrimiento y cómo sobrellevarlo. -texto completo del libro aquí, otras citas sobre otros temas aquí) (Es el libro más leído después de la Biblia).
“El combate espiritual” de Scupoli, también habla del sufrimiento (ver extractos aquí).
Carta a los amigos de la cruz (de S. Luis-María Grignion de Monfort).
Les voies de la sainte croix (de Mons. Herni-Marie Boudon).
En el Tratado del Espíritu Santo hay una cita a un libro sobre S. Francisco de Asís que cuenta cómo le explicó el santo a uno de sus hermanos lo que era la perfecta alegría. Es un texto casi cómico que se puede leer aquí, en esta otra web. En la Nota 2, más abajo, hay una explicación del mismo, es mejor leer la explicación después de haber leído el texto.
“A las penas, puñaladas”, “el que canta, su mal espanta”, la canción “Todo es de color” de Lole y Manuel: “hacer consuelo en todas las heridas”; “si te regalan un limón, hazte una limonada”; “a mal tiempo, buena cara”.
Preservarnos del orgullo, recordarnos quienes somos, meras creaturas de Dios que estamos en sus manos en cada instante. ¡Cuántas veces oímos noticias de gente que muere de repente!
A menudo es una falsa conmiseración, nos dolemos “histéricamente” -con la cabeza- porque somos incapaces de mantener la serenidad, o nos dolemos por “proyección”: porque la experiencia que vemos vivir a otra persona nosotros también la vivimos, nos generó un trauma que todavía no hemos superado y suponemos que la otra persona tampoco será capaz de superarlo (y como tal, puede estar perfectamente equivocada y llevarnos a intentar sobreproteger o anular al otro).
Cuando los jóvenes eligen qué estudios cursar, probablemente los eligen en base a sus traumas pasados: para resolverlos o para evitárselos a otros -las carreras “vocacionales”.
Otro ejemplo de conmiseración ficticia es cuando nos “solidarizamos” con alguien muy lejano que nos cuentan. “Pulsa -me gusta- para ayudar a tal negrito del África”. Todos los santos nos recomiendan amar sobre todo a los que tenemos al lado -padres, hermanos, vecinos,...- y creernos sólo la mitad de lo que vemos y la mitad de la mitad de lo que nos cuentan.
¿Por qué es la perfecta alegría la que el santo describe casi cómicamente? Porque una alegría así no depende de nada material, no depende de las circunstancias cambiantes de la vida, ni “éxitos” ni “desventuras”. Está “anclada” en el cielo, atada con una maroma a la voluntad de Dios.
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