Hay dos clases de felicidad:
una felicidad profunda
una felicidad superficial, del momento, que viene y se va con facilidad.
y dos clases de dolor:
un dolor profundo
un dolor superficial, del momento, que viene y va con facilidad.
Generalmente, por su propia naturaleza, lo material nos da felicidades y dolores efímeros y lo inmaterial felicidades y dolores más persistentes:
si me pisan en el autobús mientras voy a cumplir con mi misión (ir a ver a mi abuelita), pues es un dolor momentáneo junto con la felicidad profunda de estar cumpliendo con mi misión.
si nuestra abuelita nos da una ración de pastel que ha hecho para nosotros, es una felicidad momentánea junto con la felicidad profunda de estar cumpliendo con nuestra misión.
Los problemas vienen:
cuando no sabemos para qué vivimos, y creemos que la felicidad de la vida consiste en la suma de muchas felicidades del momento, efímeras.
o cuando basamos nuestra felicidad profunda en algo equivocado: tener el jardín más bonito del vecindario.
En el primer caso (cuando no sabemos para qué vivimos), vivimos agobiados de conseguir nuestra dosis diaria de felicidad, o de distracción o droga que calme nuestro agobio.
En el segundo caso (cuando basamos nuestra felicidad en algo erróneo) vivimos agobiados igualmente. En el caso del jardín, porque todo lo material está sujeto a las circunstancias: los gatos que se mean en las flores, los perros que escarban, los elefantes que pisan las lechugas,...
Incluso si nuestra felicidad es algo inmaterial y con ello consigamos que esté a salvo de las circunstancias, dependiendo de lo inmaterial que escojamos (**), podemos seguir insatisfechos: si mi felicidad es conseguir que el máximo número de gente aprecie el canto de los pingüinos, si Fulanito no muestra interés me hará sufrir, si Menganito no tanto interés como yo quisiera, lo mismo.
Es decir, nos conviene:
tener una fuente de felicidad interior (para no depender de nada externo)
que esa fuente de felicidad no dependa de nada material (siempre a merced de las circunstancias)
que esa fuente de felicidad corresponda con la realidad (porque si mi felicidad es demostrar a la gente que dos más dos son cinco, pues voy a tener muchas dificultades, sufrimiento, dolor).
Es decir, nos conviene:
tener un sentido de la vida para no depender de las gratificaciones del momento.
que ese sentido de la vida sea algo inmaterial (para que no sea amenazable por las circunstancias).
que ese sentido de la vida corresponda con la realidad (***).
Porque la realidad es como es (nos guste o no): tiene unas leyes (nos gusten o no). Mientras yo quiera conducir por la izquierda, pues tendré problemas. Mientras quiera conducir por el mar, también. Sólo si estudio las normas de circulación y las respeto, podré llegar a Roma (circulando por el carril derecho, por las carreteras). Mientras el sentido de mi vida sea ir recto a Roma cruzando el mar con mi coche, pues seré profundamente frustrado.
Hay quien no es capaz de imaginarse algo más que los placeres y dolores efímeros. Si deja de prestar atención a las distracciones y no tiene miedo de buscar algo nuevo, llegará a descubrirlo. Sólo lejos de las distracciones (en el silencio y la soledad) podrá descubrirlo.
Hay quien necesita, le gustan las fuertes emociones momentáneas. Mientras esté satisfecho con eso, no buscará algo más, y el que no busca, no encuentra. Cada uno obtenemos el fruto de nuestras acciones (*).
"Hay gente que se pasa toda la vida buscando y no encuentra". Quizá no ha buscado bien, quizá sólo ha sido un consumidor de experiencias nuevas, quizá ha buscado algo que se amoldara a sus deseos, algo que ya conocía más o menos. Pero como decía S. Juan de la Cruz: "para ir donde no conoces has de ir por donde no conoces", o Jesucristo: "quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo,... " (no vaya buscando satisfacer sus apetencias que ya conoce).
Ciertamente que en este mundo actualmente muy dominado por "el señor de la mentira" (el Demonio), cuesta más encontrarlo, pero en ello nos va la vida, y no acabar muriéndonos diciendo "he dedicado mi vida a algo equivocado".
El científico que investiga sobre algo:
Empieza con un firme deseo de descubrir algo de su especialidad. Deseo ambigüo, general.
Reconoce que hay cosas que no sabe (y por eso quiere descubrirlas). Si alguien las conociera ya, no sería un descubrimiento.
Pone los medios para descubrirlo: dedica tiempo, esfuerzo, estudia, hace experimentos, piensa, pide ayuda,...
No intenta que la realidad sea como a él le gustaría, sino que "se niega a sí mismo" y acepta la realidad como va descubriendo, aunque no le guste.
Va haciendo experimentos pero no sabe si son los adecuados, va "por el camino que no conoce", no sabe si hay experimentos mejores.
Sabe lo que no tiene que hacer (equivocarse con las fórmulas, al sumar, hacer los experimentos y escoger sólo los resultados que le interesan,...).
También nos ocurren cosas sin haberlas provocado, como al santo Job. Pero lo que está claro es que si no trabajamos por algo, muy probablemente no lo obtendremos. Si no siembro patatas en el huerto, es improbable que obtenga patatas.
Los creyentes no eligen. Sólo se elige, decide, cuando no se ven las cosas claras. Cuando queremos salir de una habitación no elegimos por donde hacerlo, sino que vemos la puerta y vamos por allí.
Si decimos que el sentido de nuestra vida es "que toda la gente de mi pueblo sepa sumar", como que la suma es algo real, podemos fracasar totalmente en nuestro objetivo, pero al menos, podremos usar esa realidad para nosotros y no equivocarnos en las cuentas.
Esto de las dos clases de felicidad no es idea mía sino de S. Tomás de Aquino (el mayor sabio de la historia en temas psicológicos y teológicos). Él no usa estas mismas palabras, sino que dice que hay una felicidad esencial y otra accidental, hablando de la felicidad de los bienaventurados (en el cielo), y esto ocurre igual en la tierra según he leído de otros teólogos y además es evidente, lo sabemos por experiencia.
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