El estado de gracia (santidad) es anticipo de la gloria en el cielo.
Por ello, aparte de lo que tradicionalmente se enseña, aquí vamos a vislumbrar el camino al cielo tomando como ejemplo una santa cuya vida tenemos bien documentada (Sta. Bernardette, la vidente de Lourdes), porque parece que desde pequeña se mantuvo en el camino de la santidad (no como otros que son conversos: S. Pablo, S. Agustín), lo cual nos facilita ver mejor los factores que favorecen "no perder la senda" (y que nosotros, estemos donde estemos perdidos en la montaña, podemos usar para volver al camino del cielo). Además, como volvernos como niños es requisito para ir al cielo, viendo de qué pecados carecía (o sus virtudes) también nos puede ayudar.
Ya vimos en este otro artículo cómo los niños muy pequeños aprenden metafísica, luego en este otro cómo se pueden hacer santos y sabios; aquí lo vemos aplicado a Sta. Bernadette.
Hay una discusión teológica de qué es lo esencial de la experiencia de la gloria en el cielo (si el entendimiento, la voluntad o el sentir o una síntesis de varias de ellas). Dado que S. Tomás afirma que es el entendimiento, debemos tomarlo casi como verdad revelada, pero, aunque debe haber consecuencias prácticas porque todo tiene un orden y si es así es por algo y con consecuencias, un servidor no las ve y sólo veo riesgos de equivocarnos en esta trasposición. Porque creo que es un tema sólo tratable usando los dones del E.S. y no nuestras facultades naturales.
En este otro artículo hablamos de estas dos formas de conocimiento.
Por ello prefiero seguir lo que dice alguien que me parece bastante santo (el P. Barbens) hablando para la gente (y no para teólogos, como S. Tomás): para él, el estado de gloria y sus anticipos, es una síntesis: de nuestro saber, amor y sentimiento resultante, son una vivencia. Vamos a intentar aquí descubrir lo esencial de la vivencia de Sta. Bernadette.
(citas entre comillas extraídas de su biografía escrita por Mons. Trochu)
Sabemos que:
padres analfabetos que nunca fueron a la escuela, piadosos ("ni mentir ni quejarse se la oyó nunca a la madre").
entorno rural y piadoso (la Iglesia era una fuerza viva importante en la sociedad)
lugar alejado de zonas conflictivas con otros estados o por cambios de régimen.
Bernardette primogénita a los 18 años de la madre.
hasta que tuvo uso de razón (6 años):
entorno de la familia extendida favorable. Parece que vivían en buenas relaciones con todos (sin enemigos), sólo temiendo pecar (el único enemigo: el Demonio)(**). Sabiendo ver la mano de Dios donde otros ven enemigos. Criada por nodriza desde 10 meses hasta 2 años, luego estancias cortas en casa de la nodriza, querida por todos. Creo que esta ausencia de enemigos hace el que el niño esté abierto, sea dócil, porque al no aprender a defenderse, cuando tenga uso de razón le será más fácil rendir sus incipientes deseos, abnegarse, pues ¡ni sabe defenderlos! y sobre todo si el que le pide la abnegación es Dios (y ha visto así a sus padres siempre).
sin dificultades económicas en la familia.
trabajo que consistía en hacer algo material (molinero)(*).
Desde la concepción hasta uso de razón el hijo "piensa" y siente exactamente lo mismo que la madre (y padre). Porque no tiene manera de resistirse, no tiene consciencia que le permita disentir del entorno (y mucho menos mentir). Así "salió" la niña desde pequeña: muy dócil, abnegada (como debían ser sus padres). No se quejaba de nada, excepto de no poder hacer la 1ª comunión.
Al empezar el uso de razón lo que hacemos es seguir con los hábitos (vicios si malos, virtudes adquiridas si buenos); virtudes acrecentadas a partir del uso de razón manteniéndonos en gracia, por las virtudes infusas.
Parece evidente que los hijos se parecen a los padres por este motivo, y a menudo basta ver a un hijo para saber lo que piensan los padres (tanto más seguro cuanto más pequeños son).
Es decir, si el principal pensamiento, sentimiento de los padres es que se sienten "en guerra", amenazados por enemigos (familiares, vecinos, otros), eso es el comportamiento principal del niño (ya con uso de razón): defenderse, quejarse, atacar (a todos, incluso a sus padres: la rebeldía de los adolescentes).
Así llegó Sta. Bernadette al uso de razón. Y allí empezaron los problemas cada vez más graves en su vida: dificultades económicas crecientes, muerte de hermanos, tener que cuidar a sus hermanos menores, su asma,... dificultades que en vez de apartarla de la santidad, y gracias a las virtudes que ya traía, le hicieron profundizar en su santidad hasta los 14 años que vio a la Virgen. Cualidades: abnegación, piedad, obediencia.
Abnegada cuidando de sus hermanos (menores) pero inflexible con ellos, como su madre fue entregada e inflexible con ella y ellos castigándolos con una vara.
Cuando, después de las apariciones de la Virgen, consiguió hacer la primera comunión (¡con 14 años!), todavía no sabía nada de doctrina (sólo el Padrenuestro, el Avemaría y el Credo), pero le permitieron comulgar porque supo contestar al menos a las dos preguntas fundamentales:
quién nos ha creado
para qué
Esas dos sencillas verdades, vividas "hasta el tuétano de sus huesos" debieron ser las de sus padres y la de ella toda su vida (y suficientes para ser santa). (Super evidentemente, además de la devoción a la Virgen, pues sabía lo suficiente para rezar el rosario y lo llevaba siempre encima, al menos está documentado cuando iba a buscar leña y tuvo la primera visión. La Virgen es "ianua caeli": la que no "pasa por ella" no entra en el cielo).
(en vez de "ir a la nuestra" y "acomodar" a Dios en nuestra vida donde nos va bien, de forma que no nos moleste).
Esas dos verdades son equivalentes a la primera frase de los ejercicios espirituales de S. Ignacio, o el primer mandamiento; lo cual no es extrañar, claro.
Si ya somos mayorcitos, alcanzar la santidad para nosotros, "volvernos como niños", es desandar hasta el punto que nos desviamos los caminos erróneos que recorrimos. Probablemente copiando de Sta. Bernadette:
tener esos convencimientos básicos "troquelados" en nuestro corazón (y vivir conforme a ellos)
no mirar a los demás como enemigos ("amaos los unos a los otros como yo os he amado")
entregados, abrazando las cruces de cada día -como el cuadro del Greco llevando abrazando la cruz con buen semblante, viviendo sólo para servirLe ("niéguese a sí mismo y me siga") (servirLe no de la forma que nos resulta menos molesta mientras perseguimos nuestros proyectos, sino de la que realmente creemos que Él quiere para nosotros aquí y ahora).
todo ello con un verdadero convencimiento, sintiéndolo "en las tripas". No vale el decir: "sí ya me llevo bien con mi padre pero prefiero no verle". Lo de llevar las cruces con alegría el Kempis dice que es un don, que sólo podemos pedir, no alcanzar con nuestras fuerzas, pero dado que para que nos sirvan como satisfacción de pena que debamos es requisito el llevarlas sin rechazo, pues eso indica que hasta ahí si que podemos llegar con solo nuestras fuerzas.
En el artículo que hablamos sobre los dos órdenes de conocimiento, decimos que el sentir es la "piedra de toque". Hay otra, que es el autocontrol: mostrado tanto en su madurez respondiendo interrogatorios, su capacidad de concentración, su reserva (sin ser de carácter reservado, sino de "naturaleza ardiente", con rápidas y ocurrentes respuestas,...),...
"no descubrió a nadie sus íntimos pensamientos", "nadie sabe lo que pasa en mi interior, ningún mérito tendría una si no se dominase", rezando "nada podía distraerla", "todos salimos y no se dio cuenta", "si una emoción súbita la sorprende, pronto se corrige", "se ponía blanca (de ira?), lloraba, pero nunca se quejaba, nunca hablaba de sus dolores en el alma".
Quizá su autocontrol se explica porque:
Si no tenemos enemigos y todo lo que nos pasa lo vemos como de la mano de Dios, esto nos elimina mucha distracción mental, mucho gasto de energía, pues el odiar a gente es fuente de muchos otros pecados (rencores por el pasado, queja, maledicencia, planeando y haciendo maldades, planeando excusas,...) y libra de ansiedades, preocupaciones excesivas por el futuro.
Y por otro lado:
Si sabemos qué hacemos aquí, este vivir con sentido cada momento nos da gozo, y hasta el dolor lo aprovechamos para la vida eterna, y esto nos llena el cuerpo de buenas secreciones, nos da vitalidad, alegría.
Y así, con más energía y haciendo menos cosas, podía (podemos) hacerlas mejor.
Autocontrol mental
He leído que la Virgen no debió tener el descontrol mental que tenemos nosotros. Es decir, nuestro pensamiento va dando saltos como un mono loco hasta el punto que somos incapaces de rezar un Padrenuestro sin que hayamos pensado entre medio en otras varias cosas. Eso no le ocurría a la Virgen (me parece claro que como consecuencia de estar libre del pecado original, tampoco me parece imaginable que nuestros primeros padres tuvieran este descontrol mental, pues sería chocante que lo tuvieran cuando tenían tan buen control sobre su cuerpo).
Y por ello cuando en la tierra controlamos nuestros pensamientos (porque estamos concentrados en algo, que puede ser en hablar con Dios o estudiar física), es un anticipo o experiencia similar a la del cielo. Y viceversa: qué más parecido al infierno a los que están obsesionados por una mala idea (no controlan ese pensamiento sino que él es dueño de ellos), o los que están todo el día sin un momento de tranquilidad mental, atendiendo a pantallitas.
Una de las diferencias entre un santo y uno que no lo es, es la facilidad que tiene el primero de mantener su control mental, recurriendo a varios recursos que ya son hábitos en él (el par de ideas que acabamos de hablar en el apartado anterior), mientras que la mente del segundo parece una bola de flipper rebotando de una cosa a otra sin control.
Los santos controlan sus pensamientos con la misma facilidad que todos nuestro cuerpo, que colocamos en la posición que queremos y movemos como queremos.
Ver este otro artículo con reflexiones sobre qué trabajos nos ayudan más o menos en la santificación.
"los santos ... no llaman desgracia a lo que los hombres suelen llamarlo (enfermedad, persecución, muerte), sino únicamente a lo que lo es en realidad, por serlo delante de Dios (el pecado, la tibieza, la infidelidad a la gracia)." El Espíritu Santo y sus dones. P. Royo Marín, p. 197.
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